“Era un niño frágil pero con unas manos habilidosas para dibujar.

A los 18 años, mi familia y todos los que me conocían, apostaban por mi futuro artístico en este campo.

No sé si por llevarles la contraria, o por los ambientes sociales y convulsos del 68, tuve la sensación de que los lienzos se me quedaban pequeños, por eso, pegando un quiebro, me encaminé hacia el teatro.

Hasta ahora he sido feliz, pero la sombra de la habilidad despechada siempre me acompañó, creándome un sentimiento de culpabilidad. Era como haber tenido un hijo ilegítimo al que no se quiere reconocer.

Ahora, después de 40 años, surge el reencuentro y quiero hacerle frente liberándolo con toda mi fuerza.

El dibujo sale como el líquido gaseoso de una botella agitada. Tal vez no lo puedas beber, pero resulta divertido como juego de adolescente”. (Óscar Vidal)