Febrero es el mes del amor, o eso dicen al menos los grandes almacenes y quienes lo celebran el día 14 por todo lo alto. Sea como sea, cada San Valentín particular esconde una historia detrás, la de dos personas que un buen día, se cruzaron en un camino -en el caso que nos ocupa, literalmente- y quedaron atravesados por un flechazo incruento. Esta es la particular “cruzada” de una tricantina, Sara, y de un gallego, David, a quienes el Camino les llevó mucho más allá de Santiago de Compostela:
(Texto y fotos: Sara González Patiño)
Nuestra historia comenzó en marzo de 2018 cuando preparé la mochila y cogí un blablacar con destino Oviedo para empezar el Camino de Santiago Primitivo. De haber salido el día que tenía hecha la reserva ahora no estaría contando esta increíble aventura; pero una imprevista contractura fortísima justo el día antes de salir me hizo cancelar el viaje y posponerlo para un día más tarde. Llegué finalmente a Oviedo. Recuerdo llamar a mis padres por la tarde al llegar al albergue y decirles que sólo estábamos una chica alemana y yo, comentarles también que estaba diluviando y que esperaba que al día siguiente pudiera mejorar un poquito el tiempo. Nada más lejos de la realidad. Las dos primeras etapas fueron muy duras pues no paraba de llover y había muchísimo barro por el camino. Pero al llegar a Salas (Asturias) afortunadamente me encontré con un día maravilloso. Coincidí con dos peregrinos daneses, que también eran profesores, unos kilómetros antes de llegar a Salas y ya allí nos tomamos unas cervezas juntos. La verdad es que pasamos un rato genial charlando. Poco después, ellos se fueron al albergue de Salas pero yo les comenté que quería seguir cinco kilómetros más y quedarme en el albergue de Bodenaya ya que había oído que era diferente al resto y que merecía la pena hospedarse allí. Al rato, vi que en el banco de en frente de la terraza donde estaba sentada, había dos chicos con dos bicis y, no sé realmente por qué, me fui a saludarles. No me considero una persona muy habladora pero sí que es cierto que después de dos días duros caminando sola con unas condiciones meteorológicas horribles, ese día en Salas estaba embriagada de felicidad y hablaba hasta con las piedras.
Me acerqué a ellos, les saludé y estuvimos un rato charlando. Me dijeron que eran gallegos, de Vilanova de Arousa en Pontevedra. Yo les comenté que era de Tres Cantos. Me acuerdo que les estuve explicando dónde estaba situado exactamente en Madrid porque no lo conocían. Tengo que admitir que fueron bastante “toxos” (como se dice aquí para referirse a personas bordes, ariscas) pues hablaban con monosílabos prácticamente. Me dijeron que sí, que estaban haciendo el Camino Primitivo también. Yo les comenté que conocía la parte de Finisterre y que había hecho el Camino Francés y el inglés en otras ocasiones. También les dije que la familia de mi cuñado era de Verín. Me despedí de ellos deseándoles buen camino y subí arriba a la terraza del albergue de Salas a charlar con otros peregrinos con los que había coincidido caminando. Pasamos un rato muy divertido contándonos anécdotas del camino y de la vida en general. Recuerdo mirar la hora y ver que me quedaba muy poco tiempo para salir con luz suficiente y llegar al albergue de Bodenaya. Una chica de allí me escuchó y me dijo que no me preocupara que en coche eran cinco minutos y que me acercaba sin problema pues tenía que pasar justo por donde estaba el albergue para ir hasta al pueblo siguiente donde vivía. Entonces llamé al albergue para decirles que llegaría un poco más tarde y David y su pareja Celia, súper amables y encantadores, me dijeron que no me preocupara que me esperarían allí para cenar todos juntos.
Al llegar a Bodenaya, entré en el albergue, y efectivamente me estaban esperando. Recuerdo que me encontré con la chica alemana con la que había coincidido en el albergue de Oviedo, estaban también tres hombres mayores franceses, un chico de Navarra, los dos chicos gallegos con los que había hablado en aquel banco de Salas, David y Celia (los dueños del albergue) y el padre de David que estaba allí visitando a su hijo.
Tal y como había escuchado, era un albergue “diferente”. Antes de cenar nos presentábamos uno por uno a los demás (de dónde éramos, por qué estábamos haciendo el camino…etc.). Teníamos que concretar entre todos una hora para levantarnos y desayunar juntos al día siguiente. Recuerdo que nos levantaron por la mañana con el Ave María de Haendel. La verdad es que fue una experiencia genial y uno de los mejores momentos del Camino. David y Celia nos habían preparado la cena y allí no había un precio estipulado por quedarte a dormir; era la voluntad. Fueron encantadores y nos hicieron pasar a todos un rato estupendo.
Cuando terminamos de cenar, me salí fuera a charlar con David y Celia viendo las estrellas. Hacía una noche preciosa aunque muy fría. Me estuvieron contando que eran de Aranjuez (Madrid) y me comentaron cómo les surgió la idea de abrir el albergue. Cuando me fui a dormir, subí arriba donde estaban las camas y estaba todo a oscuras con los peregrinos durmiendo. Vi que había una puerta entreabierta con la luz encendida, me asomé y estaban los dos chicos gallegos en unas literas. Les pregunté si podía dormir ahí pues había dos literas vacías. Me dijeron que sin problema. La verdad es que en ese momento, y ya en la cena, fueron mucho más simpáticos y habladores.
Por la mañana, bajamos a desayunar y sólo quedábamos nosotros de peregrinos porque el resto ya se había marchado. Desayunamos con Celia, David y el padre de éste. Nos hicimos una foto todos juntos y uno de los gallegos (el amigo de mi actual pareja) me preguntó si quería la foto para que le diera mi número de teléfono.
Me despedí de todos ellos dándoles las gracias por acogernos de esa manera tan espiritual y mágica, cogí los bastones y empecé la etapa con destino Tineo. Recuerdo estar enviando un audio al grupo de Batucán comentándoles que les había dejado en el albergue la camiseta de la batucada para que la colgaran allí, cuando pasaron David y su amigo montados en sus bicis y me desearon buen camino.
Desde ese día ya no los volví a ver pues yo haciendo el camino andando y ellos en bici la distancia que recorres no es la misma. Crearon un grupo de whatsapp por la tarde con los tres en el que nos íbamos contando el día a día. Yo les dije que seguramente tenía que dejar el camino en la siguiente etapa al llegar a Tineo porque iba muy jorobada del pie. Y así fue, me volví al día siguiente porque no podía casi caminar. Ellos lo terminaron a los cuatro días y me mandaron la foto en la catedral de Santiago.
Y a las pocas semanas, David me escribió a mí por privado para preguntarme qué tal estaba del pie. La verdad es que al principio me sorprendió que me escribiera porque hacía semanas que no sabía de ellos. Yo le contesté que iba mejor y así empezó una conversación que con el paso de los días y las semanas se fue convirtiendo en algo especial y, aquel “chico borde del camino”, era realmente una persona muy especial y encantadora con la que me lo pasaba genial charlando por teléfono.
Así estuvimos un mes más o menos, hasta que, el 5 de mayo, cogió un billete de avión a Madrid para vernos en persona. Y desde ese día empezamos una relación a distancia que duraría un año largo ya que a finales de 2019 me llamaron de Pontevedra ofreciéndome un trabajo de profesora de inglés. Aproveché el puente de Todos los Santos para hacer la entrevista ya que iba a estar allí. Y a la semana de volver a Tres Cantos, me llamaron ofreciéndome el trabajo. Tuve que decidir si dejar mi trabajo y toda mi vida en Tres Cantos para irme allí a vivir y, aunque fue una decisión muy complicada, lo tuve claro desde el primer momento y acepté el puesto de trabajo. Me mudé allí el 6 de diciembre. Como todo, el vivir aquí tiene sus ventajas e inconvenientes. Una de las cosas a las que más me está costando acostumbrarme es el clima (el sol se deja ver muy poco por estos lares y la lluvia demasiado) y eso que a mí me gustaban mucho los días de lluvia en Madrid, pero es que lo de aquí sí que es lluvia de verdad y puede estar semanas enteras lloviendo o estando el cielo gris; y al vivir cerca del mar, la lluvia mezclada con el viento, hace que muchos días en invierno no puedas ni salir a la calle. El carácter y la cultura aquí también son diferentes comparado a lo que yo estaba acostumbrada. Eso sí, la calidad de vida y poder ver el mar todos los días desde la ventana, son tesoros que aprecio muchísimo cada día. Aquí se vive a otro ritmo, cosa que a veces también se agradece.
Estos tres años y pico que llevo viviendo aquí no han sido fáciles. A parte del hecho de estar lejos de la familia y amigxs, le sumamos una pandemia a los tres meses de llegar, el año pasado me operaron de la rodilla y la barrera del idioma me ha traído en más de una ocasión un buen disgusto. Pero al final, lo que no te mata te hace más fuerte y a día de hoy no me puedo quejar de cómo están saliendo las cosas y es muy importante focalizarse en las que sean buenas, positivas, aprender a relativizar e intentar dejar a un lado las menos buenas.
Y hablando de situaciones buenas, en el puente de Todos los Santos del año pasado, decidimos irnos a Pola de Somiedo (Asturias) y desconectar allí unos días rodeados de naturaleza y haciendo lo que más nos gusta: rutas de senderismo y disfrutar de la gastronomía. Llevábamos tiempo queriendo volver a Salas, pero al final, entre unas cosas y otras no tuvimos la ocasión. Y una vez en Pola de Somiedo, David me comentó si me apetecía ir a Salas pues estaba muy cerca de allí y le dije que claro, que estaría genial. Los dos íbamos en el coche nerviosos recordando los momentos de aquel camino de 2018 y por el hecho de volver al sitio donde nos habíamos conocido. Aparcamos y fuimos dando un paseo por las mismas calles por las que hacía unos años antes habíamos recorrido siendo peregrinos. Llegamos al banco donde yo me acerqué a hablar con ellos y cuando me senté, David me dijo que mirara para arriba a ver si seguía la terraza del albergue donde yo había estado charlando con otros peregrinos y, al mirar, de repente vi una lona enorme en la que se podía leer: Sara González Pinto, ¿quieres recorrer conmigo el camino de la vida? Y abajo una cronología con los momentos más señalados de nuestra relación.
Me quedé en shock, no me esperaba para nada esa sorpresa, y por supuesto que mi respuesta fue que sí. Fue gracioso porque nos fuimos a tomar una sidra para celebrarlo. Al parecer, la lona en la que me pedía matrimonio ya llevaba colgada uno o dos días y en el bar escuchábamos a los vecinos preguntarse si la peregrina habría dicho que sí. Yo me di la vuelta y les confirmé que sí, que iba a haber boda.
Desde entonces, estamos preparando con toda la ilusión los preparativos para que el próximo 13 de agosto pasemos un día inmensamente feliz rodeados de nuestras familias y amigxs más cercanos.
Yo nunca he creído en el destino, pero sí es cierto que esta historia, con todas sus casualidades y la magia que la envuelve, me hace dudar en más de una ocasión.