LUCÍA HORTAL. 1500 km. de travesía polar a merced del viento

“Soy el huevito de esta expedición, no tengo experiencia en ningún ambiente hostil, más allá de ser fan del Real Madrid”

“Soy muy tiquismiquis para dormir. Me llevo tapones, por si los demás roncan”

Hace más de cien años los primeros exploradores que se aventuraron a la conquista del Polo Norte ya se sirvieron de la experiencia y el conocimiento que los esquimales tenían en un lugar tan hostil para el ser humano. Hoy, -literalmente, pues su aventura está teniendo lugar a lo largo de este mes de mayo-, seis españoles afrontan importantes retos técnicos, científicos y divulgativos en ese mismo confín del mundo. Y lo hacen mejor ataviados y con tecnologías de navegación que ya hubieran querido los descubridores, pero vuelven a confiar en la sabiduría inuit. Lucía Hortal, una joven tricantina que acaba de cumplir 26 años, es la jefa científica de la expedición organizada y liderada por Ramón Larramendi, veterano aventurero y creador del trineo con el que cruzarán el sur de Groenlandia impulsados solo por el viento.

P- ¿Qué es SOS ARCTIC 2022?

LUCÍA: Es la primera expedición que se realiza a bordo del trineo de viento polar que se alinea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Está la parte divulgativa sobre la preservación del Ártico y cómo afecta el cambio climático a ese entorno concreto, y además, tenemos dos objetivos científicos muy concretos: por una parte el grupo de investigación del Centro de Astrobiología de Madrid, que pertenece al Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (INTA), está desarrollando un aparato de investigación espacial, llamado SOLID, que va a ayudar a detectar posibles signos de vida en otros lugares del sistema solar, como los casquetes polares de Marte o las lunas heladas de Júpiter y Saturno. Para poder perfeccionar este aparato, hace falta probarlo en ambientes similares al objetivo. Yo me llevo un taladro manual que me permite sacar testigos de hielo de varios metros de longitud, les hago un tratamiento y los microbios, restos de vida que queremos preservar, se van a guardar de forma estéril hasta que vuelvan al laboratorio aquí en Madrid y con ellos pongan a prueba el aparato. Por otro lado, tenemos el proyecto de la Universidad Autónoma de Madrid, del grupo Microairpolar, y el objetivo es desarrollar un mapa de las poblaciones microbianas que tenemos en los polos, para conocer cómo se distribuyen, qué resiliencia tienen en el contexto del cambio climático, para ver cómo varían y cómo eso puede afectar al resto de comunidades microbianas con las que interaccionan. Mi tarea será recoger muestras de aire, en unos colectores que me permiten recoger los microorganismos que está llevando el aire. Yo las tendré que preservar de forma estéril para que a la vuelta se puedan analizar en laboratorio.

P- ¿Cómo se prepara alguien para hacer 1500 kilómetros en un entorno tan hostil?  

LUCÍA: Pues escuchando muy bien a las personas que tiene a su alrededor, que ya han hecho esto otras veces. Porque yo digamos que soy el huevito de esta expedición, no tengo experiencia previa en ningún tipo de ambiente hostil, más allá de ser fan del Real Madrid… (risas)…Sí tengo conocimientos básicos de alpinismo, supervivencia y rescate muy básicos. También hay que ponerse en forma físicamente e intentar que toda la expedición no sea extenuante, para estar receptivos y poder ser un miembro útil del grupo. Por otro lado, sí tengo una preparación más que suficiente para llevar a cabo el trabajo científico que se requiere de mí y en ese sentido, de los integrantes de la expedición, soy la que más conocimientos científicos tiene.

Lucía es Máster en química orgánica por la Universidad Autónoma de Madrid y además de colaborar con el INTA, lleva años dedicándose a la divulgación a través de sus canales en Redes Sociales. Pero participar en una aventura así no le reportará ingresos. Al contrario, ha tenido que pagar. Consiguió una parte con las donaciones de particulares en una plataforma digital ( https://gofund.me/3f056dc2 ) y el resto, gracias al apoyo de empresas e instituciones como patrocinadores.

P- ¿Y cómo llega una chica tricantina a participar en una expedición como esta?

LUCÍA: Pues entre otras cosas con la ayuda del Ayuntamiento. Hace tres años y medio, Ramón se pasó por el Centro de Astrobiología donde yo estaba haciendo mi trabajo de fin de Máster y en una conferencia nos contó su última aventura, en la que todas las pruebas y toma de muestras las había hecho uno de los expedicionarios, que no tenía experiencia en técnicas de laboratorio. Mencionó que estaba interesado en encontrar a alguien con un perfil científico. Me interesé mucho, le pregunté qué requisitos había que tener y lo primero que me dijo fue “necesitas 15.000 euros”. Hablé con los dos grupos científicos de los cuales me llevo sus equipos y accedieron de muy buena gana. Y ya con ese acuerdo, pude empezar a tantear las aguas en cuanto a sponsors. Pero después del confinamiento todas las empresas estaban muy mal. Yo lo veía muy negro y me fui a trabajar a Alemania, conseguí dinero, pero se canceló la expedición. Entonces es cuando me decido a buscar sponsors. Conseguí el primer patrocinio con la empresa GMV y a partir de ahí, con el Ayuntamiento y después también ha habido acuerdos con otras empresas distintas. Es fundamental y es una muestra de confianza que es de agradecer.

P- ¿Cómo es el trineo de viento?

LUCÍA: Es un laboratorio móvil pero también es un vehículo único en el mundo y nace en la mente de Ramón Larramendi en 1999. Ese prototipo y los siguientes, están muy inspirados en las técnicas ancestrales inuit, de las cuales Ramón es conocedor por su trayectoria en esas latitudes, pero siempre con la idea de no tener que depender de perros para moverse. Otros convoyes que suelen usarse dependen de combustibles fósiles y él apostó por el viento. Consta de una serie de módulos unidos entre sí, formados por una serie de planchas, que le dan la flexibilidad adecuada para sortear las irregularidades del camino. En la parte trasera tenemos la zona de habitabilidad, donde se come, todo el mundo junto, se duerme y se hace vida mientras el trineo está en movimiento. La parte central es la zona de carga, donde llevamos los suministros, equipo científico, paneles solares, etc. Y la parte delantera es la cabina de pilotaje. A ella están amarradas las poleas que sujetan la vela al trineo y desde allí se maneja la dirección.

Seis personas. Un mes o más a bordo en un espacio reducido (las medidas totales del trineo son de 14 metros de largo por 3 de ancho). Mucho trabajo por hacer y muchas dificultades, además de las temperaturas bajo cero. Nos interesamos por la convivencia intuyendo que tal vez sea otro reto difícil de superar, pero a Lucía, que solo conoce a Larramendi en persona y al resto del equipo por videoconferencia, no parece que hacer equipo, hacer piña y tener la mentalidad correcta, sea lo que más le preocupa. Eso lo confía a la experiencia acumulada de sus compañeros de viaje. Sin embargo, sí nos confiesa que hay algo que a priori, le intranquiliza:

LUCÍA: Yo soy muy tiquismiquis para dormir. Cuando vuelva, os contaré qué tal ha sido dormir con otras cinco personas en una tienda de campaña, la mayoría de ellos, con todo el respeto del mundo, señores que estoy segura de que roncan (de nuevo, risas). Yo, por si acaso, me llevo mis tapones y procuraré hacerme con un antifaz, pero esa, para mi personalmente, va a ser la parte más jorobada.

(Imágenes cortesía de Ramón Larramendi)

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