JOAQUÍN GONZÁLEZ LÁZARO, un tricantino en Afganistán. Así fue el rescate de 2200 afganos

“Me alegro de haber llevado a nuestra ciudad a fronteras tan lejanas y con una misión tan bonita”.

5 de octubre de 2021.-

Capitán del Ejército del Aire, destinado en el Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo, en la Base Aérea de Zaragoza, pero tricantino las 24 horas de los 365 días del año. Ha querido compartir con nosotros su experiencia durante la exitosa operación de rescate que el pasado mes de agosto consiguió sacar del país asiático a 2.200 personas, ex colaboradores de la misión española durante los casi 20 años que duró la misión:

Obviam Primus. Siempre los primeros

Mi relación con Tres Cantos es muy estrecha, crecí hasta los 12 años por sus calles, cursando primaria en el Colegio Ciudad de Nejapa. Posteriormente volví para hacer bachillerato en el Instituto Jorge Manrique. Tengo hermano y hermana, ambos más pequeños, que tienen la misma relación con Tres Cantos. El motivo de este relato es, que fui uno de los tres oficiales de mi Unidad que participaron en la evacuación de personal civil no combatiente de Afganistán.

El lema de mi Unidad, el EADA, es “Obviam Primus” (siempre los primeros) y define mucho lo vivido en esta misión. Todo se puede decir que empezó el día 15 de agosto, domingo, por la tarde. Yo, siendo completamente sincero, aprovechando que el lunes en principio iba a ser festivo, estaba yendo con mi pareja, Nuria, a darme un chapuzón en la piscina. Pero el móvil sonó. Y todo empezó a cambiar.

Mi jefe, un comandante, me llamaba para decir que teníamos trabajo. No sabíamos ni cuándo, ni cuántos, pero nos íbamos. Había que empezar a llamar a gente. Teníamos que despertar ‘al águila’, el emblema de la Unidad, y hacer que desplegase las alas.

La mañana del 16, pocas horas antes de la primera llamada, se empezaban a equipar y preparar los 17 primeros miembros del Escuadrón. La misión era clara: la gente que nos había apoyado a los españoles durante años de despliegue en Afganistán nos necesitaba. El gobierno talibán se había instaurado, habían tomado el aeropuerto, y sólo saldrían, con “garantías”, aquellos que fuesen reclamados por las naciones con las que colaboraron. España tenía que ir a por ellos y, el Ejército del Aire, en un esfuerzo titánico para estar a la altura, eligió al EADA y, entre ellos, a este tricantino. Pocas horas después se ampliaría ese número de participantes en la operación debido a que se establecería una Unidad Terminal (UTER) a la que trasvasar el personal evacuado de las aeronaves militares (T-23, es decir, A400M del Ala 31) a las civiles de Air Europa, que llevarían a los afganos finalmente a España.

Cuando hablas con la familia y lo cuentas, es el primer trago agridulce en casos como estos. En mi caso llamé a Nuria, que vive conmigo en Zaragoza, y le conté por encima lo que pasaba en el trabajo: nos íbamos, y nos íbamos ya, a un territorio hostil y con una situación complicada. Le pedí que avisase a mi madre. Sólo hizo una pregunta: ¿qué necesitas? “Tabaco y calcetines”, contesté.

Y es común entre muchos de nosotros, que es más difícil el decir adiós a los que se quedan aquí, en casa, que saber a lo que te vas a enfrentar cuando llegues a tu destino.

Cuando llegamos, el aeropuerto era un caos y las distintas puertas de acceso estaban abarrotadas de gente. Los ‘pastores’, encargados de controlar esa muchedumbre sin distinción de mujeres, ancianos, niños o incluso bebés, eran los talibanes.  Nos llamó la atención la ligereza con la que manipulaban el armamento, como si fuera de juguete. RPG´S, AK-47 y machetes, colgaban de ellos sin ningún tipo de control ni cuidado, y no dudaban en dar ráfagas al aire para demostrar su autenticidad. Tampoco dudaban en usar la vara y, en esas ocasiones, el objetivo no era el aire.

Veíamos familias enteras que después de días al sol estaban siendo sometidas a una violencia brutal y niños que llegaban completamente harapientos y exhaustos, cuando yo a esa edad sólo me preocupaba que el Embarcaciones ganase al Pegaso, que la chica que me gustaba se fijase en mí en el patio del Ciudad de Nejapa o de ir el fin de semana al Cine en la Rotonda.

Intentaban identificarse haciendo ondear distintivos como pañuelos rojos y amarillos para que les pudiésemos localizar desde lejos. En sus caras se mostraba el terror de haber vivido hacinados durante días bajo el yugo de los talibanes e incluso alguna mujer llevaba todavía colgando el cordón umbilical, por haber dado a luz apenas horas antes. Al grito de ¡España! ¡Spain! localizábamos a los que tenían que ser evacuados y, posteriormente, eran pasados a un sitio seguro dentro del aeropuerto. Debido a la extenuación, muchos de ellos, al verse dentro del aeropuerto, se desmayaban y tenían que ser trasladados a cuestas hasta el punto previo al embarque con destino a Dubai.

Cuando estábamos realizando estas tareas, de repente todo retumbó. El atentado contra una de las puertas donde se hacían las identificaciones se llevó varias vidas, entre ellas a 13 compañeros de los Estados Unidos y familias que ya habían sido identificadas por nosotros y que esperaban entre nuestros viajes a que volviésemos a por ellos.

A pesar de ello, ese día la suerte jugó de nuestra parte. El último de los nuestros había salido de la zona 20 minutos antes de la explosión. Mientras tanto, nuestras familias y compañeros, en la distancia, conocían la noticia de que todos nos encontrábamos bien, pero por pocos minutos.

Una vez que los afganos daban el salto en aeronave militar de Kabul a Dubai, era en ese momento, al llegar a este primer destino, cuando de verdad se veían fuera de Kabul. Muchos no sabían dónde estaban, si ya en España, en Estados Unidos o en dónde. Pero, casi todos lloraban.  Unos de júbilo y otros porque sabían que no volverían a ver a los que habían dejado atrás.

Para finalizar la parte más técnica de mi artículo, quiero hacerlo con una anécdota que nos pasó en una de las aeronaves. Una mujer o, mejor dicho, una niña, cubierta con la ropa tradicional musulmana, pidió permiso para ir al baño. Algo que se le concedió. Se llevó una bolsa (la única que llevaba) con ropa para cambiarse. Al salir del baño estaba irreconocible con unos pantalones vaqueros, camiseta de manga corta y pelo suelto. Para mí, fue la viva imagen del cambio de vida de todos aquellos que conseguimos sacar. Casi 2000 almas. E íbamos sólo a por 500.

Después de unos 12 días fuera volvimos a casa y no éramos conscientes de la repercusión que había tenido nuestro trabajo en nuestro hogar, en nuestra patria, en España. Acostumbrados a hacer nuestro trabajo bien, de manera discreta, tal y como decía Calderón de la Barca: “y a los más viejos verás, tratando de ser lo más, y de aparentar lo menos”. La “fama” que ha supuesto esta misión y la repercusión mediática que ha tenido, nos pilló de sorpresa. Y es en ese momento en el que recapitulas y te das cuenta de lo que has hecho.

En mi caso, fue en casa, con una cerveza recién abierta y con las botas aún puestas. Das gracias por dos cosas: una, por haber sido participe de una de las misiones más bonitas y humanitarias, pudiendo poner en práctica lo entrenado dentro de tu vocación por ayudar y servir. Y, en segunda instancia, por haber tenido la suerte de nacer dónde hemos nacido y en haber crecido en una ciudad como en Tres Cantos.

Y es que, hay veces que tienes que viajar por el mundo, ver la pobreza, la dureza, la miseria y la injusticia, para darte cuenta de lo que cambia una vida, con unos pocos miles de kilómetros de diferencia. Los mismos kilómetros que hacen que la preocupación sea, a las mismas edades, reservar en el “poli” Laura Oter para jugar al futbito o tener que buscar para comer. Así, como el viajero que reúne al pueblo en torno a la hoguera, cierro este capítulo diciendo: sois afortunados de ser tricantinos, y me alegro de haber llevado a nuestra ciudad, a fronteras tan lejanas y con una misión tan bonita. Disfrutad y sed felices.

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